La principal herramienta de un periodista es el lenguaje, sea escrito, hablado o visual. En realidad, es la de todos nosotros porque sin él no existiría la Comunicación. Es por ello que la corrección y el conocimiento de las normas que lo regulan se hace tan necesario.
Te pongo un ejemplo que se me quedó grabado de mi libro de lenguaje de segundo de bachillerato. No es lo mismo decir: “Señor, muerto está, tarde llegamos”, que “Señor muerto esta tarde llegamos”. Los signos de puntuación y los acentos tienen tanta importancia que pueden cambiar por completo el sentido de una frase.
Fuera de los medios y de los profesionales de la información, pocas personas saben que existen, en las redacciones, manuales de estilo y, en las más destacadas, también hay correctores, personas que se ocupan de supervisar que lo que sale, está bien escrito.
Hace unas semanas se celebró, en San Millán de la Cogolla, el X Seminario Internacional de Lengua y Periodismo. En esta ocasión, los representantes de ambas profesiones, que tan unidas están, debatieron sobre los “Manuales de estilo en la era de la marca personal”. Leyendo sobre ello, me recordó que dispongo de dos pequeñas joyitas en mi biblioteca, al menos para mí: un ejemplar de 1989 del “Manual de español urgente” (MEU), de la agencia EFE; y otro de la décima edición (1994) del “Libro de estilo” de El País.
Al escribir el artículo de Bloggy Mary que ahora tienes ante tus ojos, los he recuperado y repasado por encima. Del MEU me han llamado la atención, sobre todo, dos aspectos.
El primero es sobre la comisión asesora de estilo, que está compuesta mayoritariamente, al menos entonces, por académicos de la Real Academia Española (RAE), que se reunían todos los lunes y “dictaminan sobre lo más adecuado para escribir hoy con precisión, eficacia y respeto a las normas comunes que aseguran la intelegibilidad de unos mensajes periodísticos dirigidos a una comunidad internacional de más de 300 millones unidos por la misma lengua”.
El segundo se refiere a los nombres tan espectaculares que estaban entonces en dicha comisión asesora y a los que solo me queda añadir el “Don” delante: D. Manuel Alvar, D. Fernando Lázaro Carreter, D. Valentín García Yebra, D. Luis Rosales, D. José Antonio León Rey (Academia Colombiana) y D. José Luis Martínez Albertos, cuyos manuales creo que hemos estudiado todos los periodistas en la carrera.
Para que te hagas una idea de los contenidos del MEC, este es el índice:
Del manual de El País, destaco, en la introducción, algo de lo que se trató en San Millán: “…las normas que en él figuran son de obligado cumplimiento para todos los redactores (…), con la recomendación estricta a los colaboradores de que procuren atenerse a las mismas. El acatamiento de estas normas no acabará con los errores que todos los días se cometen en las páginas de nuestro periódico, pero ayudará a mitigarlos y, desde luego, a concretarlos, lo que evitará su multiplicación”. También te dejo el índice para que te hagas idea de los contenidos:
Si te das cuenta, ambos manuales hacen hincapié en la necesidad de escribir bien por dos motivos: para ser entendidos, y para preservar la reputación y la imagen del medio. Es algo que tanto entonces como ahora se hace imprescindible, también en los blogs. Pero, por supuesto, las nuevas tecnologías tienen su incidencia, en especial, en lo que respecta a la rapidez que ahora se exige. Como decía Mar Abad, de la revista Yorokobu, no podemos esperar años, a que se edite un nuevo manual, para resolver nuestras dudas.
Por ello, la labor que realiza la Fundación del Español Urgente (Fundéu), entidad promovida por BBVA y la agencia EFE, es tan importante. Creo recordar que ya te he hablado de ellos en alguna ocasión. A través de Twitter, les puedes hacer consultas que te responden con bastante celeridad.
También por esa razón, porque la ausencia de correctores o el adelgazamiento de las plantillas están ocasionando que se cometan cada vez más errores en los medios, y porque ahora cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de escribir a un público a través de los blogs, se firmó un acuerdo entre Fundéu y la Unión de Correctores (UniCo). El objetivo es crear una plataforma que “permita a cualquiera que escriba contactar de forma sencilla y rápida con un profesional de la corrección”.
Y a fe mía que son necesarios, empezando por mí misma, a quien, por suerte, hace poco corrigieron una tremenda falta ortográfica en uno de los artículos de Bloggy Mary. Como decía la presidenta de UniCo, es cierto que nosotros somos nuestros peores correctores porque, al repasar, leemos lo que creemos haber escrito y no lo que hemos puesto en realidad.
Te recomiendo encarecidamente que te leas tanto la conferencia inaugural de Héctor Abad Faciolince, escritor y periodista colombiano, que es una auténtica delicia; como las noticias que aparecen publicadas en la web del seminario; y que te veas los vídeos, para, de verdad, estar al día sobre lo que se cuece en el mundo de la Lingüística y del Periodismo.
Pero ahora vayamos con las conclusiones del seminario:
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Norma y estilo no se oponen, se complementan. Me encanta la frase de Marina Ferrer, directora de UniCo: “La norma permite que nos entendamos; el estilo, que nos diferenciemos”. No existe el uno sin el otro. Me recuerda, por ejemplo y yendo al ámbito de la pintura, que Picasso, de joven, realizó unos cuadros realistas espectaculares porque conocía la base y, sobre ella, revolucionó el arte. Es preciso conocer la norma y luego cada cual podrá adoptar su propio estilo, su marca personal, ahora que está tan de moda.
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Los libros de estilo siguen teniendo sentido. Totalmente de acuerdo pero unido, justo, a la siguiente conclusión: no pueden estar en un altar, y a la quinta: libros y manuales de estilo deben adaptarse a los nuevos tiempos. El lenguaje, al igual que la sociedad, está evolucionando con gran rapidez. Se están inventando palabras de forma constante para dar nombre a nuevas realidades y no podemos estar esperando a que confirmen su corrección antes de usarlas. Un ejemplo claro es el de Twitter, como cuenta Christian Delgado en este gran artículo. También están creándose programas que sugieren alternativas, y no solo de palabras, mientras escribes. Por eso, me gusta redactar los textos en un programa de edición antes de pasarlos a la web, de forma que se me escapen los menos errores posibles.
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Los manuales de estilo deben ser útiles para el público… y añadiría que también accesibles, más allá de las redacciones, sobre todo en una época donde los blogs proliferan.
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Eliminar o adelgazar los sistemas de edición y corrección de los medios compromete su calidad. Creo que no hacen falta comentarios.
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Los correctores hacen mejores escritores y periodistas. Es lógico. Para enmendar un fallo, primero hay que ser consciente de que se comete, de ahí la necesidad de que la figura del corrector esté presente en los medios.
Y termino con una frase de Elena Hernández, del departamento de Español al Día de la RAE (no sabía que existiera) que creo que resumen muy bien el pasado y el presente de este tipo de publicaciones: “Más que libros de estilo, los medios deberían tener departamentos de estilo, unidades de intervención rápida que traten de atajar errores o malas prácticas. Es precisamente ese el tipo de controles que están desapareciendo en los medios» (todas las frases recogidas aquí, a menos que se diga lo contrario, están sacadas de este artículo de La Vanguardia).
¿Sabías de la existencia de los libros de estilo? ¿Crees que son necesarios? ¿En qué formato los harías? Los comentarios están abiertos. Gracias por opinar y por compartir.
María Rubio
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