Las redes sociales siguen dando miedo a las organizaciones y a los profesionales.
Al menos, eso llevo escuchado toda la semana pasada en diferentes lugares y por varias personas.
Los argumentos que se esgrimen suelen ser del estilo de “me van a criticar por todo”, “mira lo que le ha pasado a empresas como MacDonald’s; a mí, que soy pequeño y con menos recursos, me van a freír”, “es muy peligroso estar en las redes”, “estoy, pero no me convence y no interactúo por si acaso”… y otras de índole similar.
Ya no voy a entrar en que les van a “freír” igualmente solo que no se enterarán y luego no sabrán por qué se les van los clientes o cómo impedírselo y evitar, además, una crisis de empresa. Voy a ir más allá.
En esta entrada de Bloggy Mary, voy a contarte dos historias: una real y la otra no. A ver si sabes cuál es cuál. Es fácil. Y luego te explicaré qué tienen que ver con el miedo a las redes sociales.
La historia de la ola que me arrolló
Sé nadar desde que era casi un bebé, así que el agua es un elemento en el que me siento bien, pero conozco sus peligros, diferentes si se trata de una piscina, de un río, de un pantano, del mar o de cualquier otro lugar semejante. Es algo que me enseñaron desde pequeña.
En el caso del mar, me explicaron que era conveniente para mi seguridad que siempre pudiera hacer pie y que nadara en paralelo a la playa.
Cuando era adolescente, me bajaba a veranear a un lugar al sur de España, perfecto para divertirme con la que era mi mejor amiga.
Un día, estaba metida en el mar y el agua me llegaba más o menos a la altura de los hombros. Miraba en dirección a la playa cuando vi una desbandada de gente corriendo hacia ella. Uno de mis amigos, antes de intentar salir, señaló detrás de mí para avisarme, pero fue tarde. Justo en el momento en el que me volví, una ola enorme me engulló.
No sé el tiempo que estuve dando vueltas tras que me arrollaran varias de ellas, hasta perder la orientación de dónde era arriba y dónde abajo.
Sin embargo, para mi sorpresa y mi suerte, lo que no perdí fueron los nervios. Sabía que el mar mismo, si no hacía nada, me haría flotar, y que la zona no era de oleaje. Así pasó. Salí sin problemas, algo mareada y magullada pero perfecta.
Por lo visto, un gran trasatlántico llegó a puerto y provocó lo que podría haber sido una tragedia. Lógicamente, dos minutos más tarde volvía a estar dentro.
Vamos con la segunda historia.
La historia de la conferenciante
Asistí, hace un tiempo, a un evento. Una de las ponentes, de reconocido renombre, tuvo un percance… o puede que no. El caso es que, según llegó al atril, al dejar las fichas que se suponía eran su referencia para hablar, las apoyó mal y se cayeron todas al suelo, desordenándose de forma clara.
En vez de amilanarse (las tablas se notan), soltó algo así como “a eso se le llama empezar con mal pie” y, a continuación, se olvidó de las fichas descolocadas, se situó en el centro del escenario, se nos quedó mirando y nos espetó: “os he pillado”. Miré a mi alrededor y la cara de sorpresa era la misma en todos nosotros. Repitió: “os he pillado” y prosiguió:
«Sabéis que la primera impresión que causamos, la persona que nos acaban de presentar la tiene en un par de segundos y luego marca casi toda la relación.
Cuando se me han caído los papeles, he visto vuestras caras y os diré que, en general, os podría encuadrar en tres grupos: los que han exclamado “¡Qué torpe es esta mujer!”, otros que han pensado “¡Pobre! Me pasa a mí y me muero”, y los que han disimulado una sonrisa porque está mal visto reírse de las desgracias ajenas.
Es decir, me habéis calificado de torpe, penosa y payasa, si no algo peor. Sin embargo, ahora me estáis escuchando y noto que empiezan las dudas.
Podéis creer dos cosas: que la caída de los papeles fue un recurso para llamar vuestra atención y forma parte de la conferencia, o bien que sí soy torpe, pero tengo mucha experiencia y sé salir de las situaciones.
Sea cual sea la respuesta, que no os voy a decir, el conocerme a mí misma, a mi profesión y al público al que me dirijo, me permite prever una situación de crisis y dar la respuesta pertinente en segundos».
Luego continuó la conferencia que versaba sobre las situaciones de crisis en las redes sociales. Pero se me quedó marcada la forma en que empezó porque entendí perfectamente a qué se refería..
El miedo a las redes sociales
Ahora os preguntaréis qué tiene que tiene esto que ver con el miedo a las redes. He aquí algunas conclusiones que pueden sacarse de estas historias:
- Conoce tu entorno (el mar), a ti mismo (torpeza o no) y a tu público (cómo va a reaccionar). Es necesario hacer los deberes.
- Plantea una estrategia con unos objetivos claros, acordes con los de tu empresa. En mi caso, en el mar, era divertirme y disfrutar con mi amiga. Para la conferenciante, era impactarnos y que nos quedáramos con la esencia de lo que expuso. Y vaya si lo consiguió.
- El miedo bloquea. Si has hecho bien tu trabajo en comunicación, pueden ser tus propios seguidores en redes los que te hagan flotar y te saquen del apuro sin que apenas tengas que hacer nada. Por lo que no hay que temerles, sino escucharles, conversar con ellos y cuidarles.
- No tener miedo NO significa ser un inconsciente. Hay que conocer los peligros que te rodean y tomar las suficientes precauciones para “disfrutar” con los mínimos riesgos.
- Puede que, aún así, existan imprevistos. Un plan de crisis que refleje la mayor parte de ellos te dará la seguridad de salir más rápido del trance y saber cómo hacerlo, lo que es muy importante en redes sociales. Evitará también la toma de decisiones erróneas llevados por el miedo.
¿Qué opináis? ¿A vosotros se os ocurre alguna idea más? ¿Habéis tenido alguna experiencia de la que hayáis sacado conclusiones importantes en vuestra vida o en vuestro trabajo?
me gusta la historia y la idea de que nuestros seguidores, como el mar del relato, te puede hacer salir a la superficie. Creo que es una cuestión de confianza recíproca, muchas empresas no acaban de asumir esta idea de recirpocidad…están como medio sordas. o con sordera selectiva, que no sé qué es peor.
Hola, Miguel:
Lo que creo, sobre todo, es que tienen mucho miedo. Es un cambio de mentalidad importante y requiere de un proceso de adaptación. Las Pymes tienen ventaja porque sus estructuras son más flexibles, pero tienen que perder el miedo.
¡¡Gracias por tu comentario!!