Estos días, buscando inspiración para sacar una nueva entrada de Bloggy Mary sobre Protocolo, me ha llamado la atención las veces que este sirve como excusa para mil y una tropelías: “ha sido un problema de Protocolo”, “gastos de Protocolo” no justificados, evitar que la oposición aparezca en un lugar destacado por “criterios de espacio y de Protocolo”, y podría seguir.
A veces, tengo la sensación, no sé si te pasará a ti, de que el Protocolo es un saco sin fondo, donde todo tiene cabida, en especial, si hablamos de política y de empresas públicas o con capital público. Se trata de un eufemismo, de la manía que tenemos de no llamar a las cosas por su nombre y de intentar tapar lo inconfesable, cuando sabemos que eso, al cabo, es francamente difícil. En la memoria, tengo aún guardadas las diferentes palabras que se utilizaron hace unos años para evitar decir el vocablo perfecto: crisis. O lo de llamar “efectos colaterales” a los muertos civiles producidos a consecuencia de las guerras.
Algo que me causa especial estupor es lo de los gastos de Protocolo. Aquí se incluyen las comilonas con la familia y los amigos, los regalos para los acólitos, el uso del coche oficial para ir a comprar el pan o para llevar a la niña al partido de baloncesto, entre otros. Estamos en una democracia, según dice, al menos, nuestra Constitución, y sería de agradecer una cierta transparencia que no existe.
Los gastos de Protocolo, efectivamente, pueden ser muy variados y tienen un sentido muy claro, al menos, en las empresas. Otra cosa ocurre en el ámbito público y político, como bien sabes. El objetivo de dedicar una partida a ello es el de asegurarse una imagen y una comunicación adecuadas cuando el caso lo exija pero, y aquí viene lo importante, debe estipularse exactamente en qué se va a gastar, en qué momento y cuáles serán las mencionadas circunstancias en las que habrá de utilizarse el dinero.
Lo que no puede ni debe ocurrir es que dependa del criterio subjetivo de la persona al cargo y menos si hablamos de un organismo público o financiado con el dinero de todos los españoles.
Cuando se asignan los presupuestos, la mayor parte de los eventos principales ya están fijados, pues deben apoyarse en estos. Muchas veces me han rechazado propuestas porque no estaban incluidas en los actos programados y no tenían su correspondiente partida económica.
Hasta aquí, no suele haber problemas pero sí en el momento en el que empiezan los preparativos del evento. Euros “despistados”, añadir servicios que no se van a prestar, inflar el número de personas implicadas y sus salarios, poner empresas como la tristemente famosa Noos, … la picaresca es tan amplia como la imaginación de quien tiene a cargo la gestión de esa partida.
La solución no es eliminar los gastos de Protocolo, según sugiere la oposición, por ejemplo, en el ayuntamiento de Alhaurín de la Torre, pues sería fácil inventarse otro concepto y seguir haciendo lo mismo. Se trata de transparencia en la gestión, de justificar cada euro gastado y que cualquier persona pueda confirmar que, efectivamente, fue en tal servicio y que este se prestó.
En mi opinión, el Protocolo, como habrás leído en varias entradas de Bloggy Mary, es algo necesario porque ayuda a facilitar las relaciones entre las personas. Aún más en el caso de los organismos públicos, porque son la imagen de las correspondientes administraciones y precisan tener una representación según su importancia.
Por lo tanto, ha de existir una partida destinada a él que sea coherente y acorde con los actos previstos en agenda, al igual que ocurre en muchas empresas. Además, debe estar auditado a la perfección para evitar los desmanes que solemos ver de forma habitual.
Es más, otro de los presupuestos típicos que suele ser un cajón de sastre es el de los gastos de representación que, encima, suelen ser deducibles. Seamos lógicos. Dichos gastos han de estar incluidos o bien en Comunicación o bien en Protocolo y muy documentados para evitar los desastres de los que estábamos hablando.
Una de las grandes características del Protocolo y que explican su necesidad es la negociación. Los profesionales que representan a todas las partes implicadas en un determinado acto deben sentarse y, ante un borrador inicial realizado por los convocantes, ya que, al fin y al cabo, son los anfitriones, acordar los lugares que debe ocupar cada cargo presente. Con buena voluntad, por supuesto, y con la idea de que ha de ser en beneficio general y no partidista. Así evitaríamos problemas de tener que achacar nuestra mala praxis a “criterios de espacio y Protocolo”, otra de las excusas de las que hablaba al principio.
En definitiva, tanto en el ámbito privado como en el público, el Protocolo bien llevado es necesario y más en este último caso. Los tres pilares para un evento de éxito son la Comunicación, la seguridad y el Protocolo, tal y como afirma Fernando Fernández (@kor_sario) en su último artículo y donde se ve la importancia de los tres vértices de este triángulo para la imagen que damos a los demás, sobre todo ahora que estamos con la famosa Marca España tan maltrecha.
No culpabilicemos al Protocolo de los desmanes que cometen quienes se responsabilizan de las partidas asignadas a él. Por el contrario, exijamos la máxima transparencia porque, al fin y al cabo, en el caso de los organismos públicos, es nuestro dinero el que está en juego.
Me ha salido una entrada algo belicosa pero ahora me encantaría conocer tu opinión sobre el asunto que nos ocupa. ¿Te enfadan estas excusas tanto como a mí?
Reblogueó esto en Protocolo y eventosy comentado:
Genial!
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