Un refrán dice que a diciembre, todo el mundo le tiemble. A parte del pequeño detalle de los días menguantes y del frio creciente, los “pecadillos” que cometemos en estas fechas dan lugar a eso que venimos a llamar cuesta de enero. Y ya no solo me refiero al tema económico, sino también a las múltiples comidas y cenas prenavideñas y a sus consecuencias, que parece que no hay otra fecha en el calendario para ver a amigos y familiares nada más que durante este famoso mes, cuando, encima, solo disponemos de un par de semanas hábiles para todo este derroche gastronómico.
Sin embargo, si te parece, en este caso y como prometí en la última entrada de Bloggy Mary, me voy a centrar en el Protocolo a seguir en las famosas comidas navideñas de empresa desde dos perspectivas: desde el que las organiza y desde el que las disfruta (o sufre, depende). Y voy a empezar contándote una de ellas, a la que asistí como comensal.
Aunque en esa época ya se empezaban a intuir las vacas flacas y se habían acabado los fastos en los que nos íbamos a otras provincias para celebrarlo, la compañía para la que trabajaba decidió pagarnos el ágape. Los organizadores negociaron con un restaurante madrileño un menú y barra libre hasta las ocho o las nueve de la noche.
La verdad es que tuve bastante suerte porque conocía el lugar y había comido allí en un par de ocasiones. Por qué suerte, supongo que te preguntarás. Pues porque sabía de su calidad decente pero de su cantidad exigua, cuanto menos. Conclusión: nos quedamos ambas veces con hambre.
Llegado el día, disfrazados años 60, que había que vernos, aparecimos allí y todo ocurrió tal y como suponía. El menú se quedó muy escasito y la barra libre hizo el resto. Creo que desde el jefe hasta la señora de la limpieza terminaron saliendo del local a rastras. Mi suerte fue esa, que yo no. Fui bastante comedida con el vino de la comida porque conocía las cantidades, lo que me impidió llegar a las copas en un estado de embriaguez que veía como se contagiaba entre mis compañeros. Así que me dediqué a observar y de ello saqué dos conclusiones principales.
La primera fue que los organizadores siempre, siempre, siempre, han de conocer el menú y probarlo para saber si es suficiente y comprobar la calidad. Y lo segundo, que en las comidas de Navidad perdemos demasiado los papeles, y el sentido del ridículo vuelve según regresamos a la normalidad y recordamos lo que hemos hecho. Las empresas suelen levantar un poco la mano pero a más de uno le podía haber costado el puesto decir demasiadas “verdades” bajo los efectos del alcohol, algo que jamás hubiera hecho de estar sobrio.
Claves para el organizador
Así pues, para el Protocolo, si organizas, te vendrá bien tener presente lo siguiente:
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Como te decía, prueba y comprueba el menú. Además, asegúrate, si hay barra libre, de que la calidad del alcohol sea decente.
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Aunque parece obvio, procura enterarte de que el local reúna todos los requisitos y permisos necesarios en materia de seguridad, calidad e higiene.
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Cuando la empresa tiene varios departamentos, no hace falta que pongas el nombre de cada cual en el lugar donde ha de sentarse pero sí que cada mesa sea de uno. Lo normal es que las personas con las que mejor te llevas sean tus compañeros directos: únelos.
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Para las pymes, en las que todos los empleados caben en una misma mesa, deja que cada cual se siente según sus preferencias, con el dueño, jefe o presidente a la cabeza.
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La mesa de la dirección dependerá del carácter de esta. Si es abierta y en la compañía no existen despachos o estos están siempre con la puerta abierta, mezcla. Pero cuidado, no pongas a un jefe por mesa y departamento porque la gente se sentirá incómoda. De lo que se trata es de que la mesa esté entre las demás. Y tranquilo porque según vaya finalizando la comida, las personas se irán moviendo según afinidades.
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En el caso de que la dirección sea cerrada, prepara una mesa de presidencia y, ahí sí, sitúa a cada cargo según su rango respecto al principal, que debe ocupar el centro. Ya sabes, primero a la derecha de este y luego a su izquierda, y así sucesivamente.
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Estate pendiente de cuando la gran mayoría haya finalizado de comer para hacer el siguiente movimiento, aunque todo dependerá si tienes previsto que haya algo más o se limite a una comida. En este último caso, ya has cumplido. Gracias y felices fiestas.
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Pero si vas a ofrecer barra libre en el mismo local, abre la barra al ver que, al menos, un 80% ha terminado de comer. En el supuesto de que haya que retirar las mesas, que se vaya haciendo poco a poco para dar tiempo a los más lentos. Lo lógico es que según vean el panorama, no haga falta decir nada más.
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Bebe con moderación para poder vigilar a tus compañeros. Procura que nadie esté solo mucho tiempo, que se sienta apartado. Recuerda que como organizador y únicamente en estos menesteres, ocupas el lugar del anfitrión. Y ve apaciguando al que veas que se está empezando a pasar con la bebida; para eso necesitarás sentido común pero, sobre todo, mucha mano izquierda.
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Si el presupuesto lo permite, fleta un autocar para llevar a cada cual a su casa o dejarle cerca de ella. Si no, procura que nadie coja el coche en estado de embriaguez. Una buena idea sería pedirles, antes de la comida, que te den un número de teléfono de referencia para que alguien vaya a buscarlos si es necesario. O bien, ten a mano el teléfono de los taxis para ir llamando.
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Y, dentro de lo que cabe, diviértete mucho.
Claves para los invitados
Para los comensales, el Protocolo y el sentido común te dan una serie de pautas:
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Recuerda que vas a volver a la oficina y que podrías arrepentirte de tu “actuación estelar” de la comida navideña. Piensa que, a parte del ridículo, si te emborrachas, te arruinas la fiesta a ti y a tus compañeros, al menos, a aquellos que también son tus amigos. ¿Qué has ganado?
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Opción: controla muy bien lo que bebes y si ves que te estás pasando, haz una pequeña pausa, tómate un refresco (el azúcar ayuda) y espera al menos una hora a que baje tu nivel de alcohol en sangre. Y nunca cojas el coche si has bebido. Los taxis son siempre una buena opción.
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Procura tener la mínima familiaridad con el jefe, por muy abierto y bonachón que sea; puedes perder tu imagen profesional, que te vean con otros ojos y que, al cabo, un error mínimo, que en general no hubiera sido importante, con la imagen que has dejado, pueda amplificarse hasta significar tu despido. No exagero.
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Si tienes más ganas de juerga, olvídate de tus compañeros y llama a tus amigos, a menos que ellos también lo sean. Te podrás expandir sin ningún temor y sabiendo que nadie podrá echarte nada en cara al lunes siguiente.
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No pierdas nunca la compostura, ni te dejes llevar por lo que hagan los demás, ni, como te decía, pierdas el sentido común que te caracteriza.
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Y con estas ideas en la cabeza, disfruta al máximo.
Hoy la entrada me ha salido algo más larga de lo habitual pero creo que merecía la pena que así fuera. Y una última cosa, aparte de los puntos que has leído, ¿se te ocurre alguno más que pudiera ser de utilidad tanto si organizas como si eres el comensal?
El más importante de todos: NO VAYAS Y TE AHORRARÁS TANTO ESTRÉS: Por mucho que digan los de Recursos Inhumanos, ni asistir te garantiza mejorar en la empresa, ni ausentarse te supondrá un despido. Hay mucha presión social para asistir a estos eventos, porque no pueden ocultar su trasfondo rancio e hipócrita…
Gracias por tus apreciaciones… que responden muy bien a tu mote.