Es curioso. Cuando me pongo ante una hoja en blanco para escribir un nuevo artículo de Bloggy Mary sobre Protocolo, aunque tenga más o menos decidido el asunto, reviso las últimas noticias (a siete días vistas) sobre ello y siempre me encuentro con que, al final, acabo cambiando el contenido del artículo. Con Comunicación y Periodismo ocurre pocas veces.
Esta semana, que toca hablar de nuevo sobre Protocolo, me ha vuelto a pasar.
Lo dicho. He releído los magníficos textos de Maira Álvarez en ABC, las estupendas intervenciones de mis compañeros en Protocol Bloggers Point, que hacen una labor de recopilación fantástica,… y de repente me encuentro con un artículo de opinión de Manuel Muiños, el director del Proyecto Hombre en Salamanca. Dicho artículo de La Gaceta salmantina puede llevar a confusión al mezclar churras y merinas.
Vayamos por partes. El título llama la atención “El Protocolo”. Y en cuanto empiezas el texto, la primera frase, como debe ser, impacta: “Me da igual que me da lo mismo, aun siendo cosas diferentes el protocolo y el sistema son primos hermanos”.
De repente, según bajas leyendo el artículo, te das cuenta que a lo que se refiere el señor Muiños es a los protocolos de actuación de hospitales, administraciones y demás, no al Protocolo, así, con mayúsculas, que es el afín a la Comunicación, inseparable de ella, como hermanos siameses. Este doble significado es algo que en ningún momento aclara.
En efecto, en todos estos lugares existen una serie de normas a cumplir cuando se produce un determinado hecho. El problema que yo veo, y a lo mejor me estoy poniendo un tanto tiquismiquis, es que las personas que sigan la columna de Manuel Muiños no tienen por qué conocer la diferencia.
Y, claro, de resultas, te encuentras con que, en el artículo, los lectores pueden asimilar ambos conceptos como uno solo y pensar que el Protocolo impide que consigas un préstamo, no te permite acceder a la atención sanitaria que necesitas o tus hijos pasan hambre porque estás fuera de los servicios que podrían paliar tu situación.
Si a todo ello le añadimos la “fama” que ya tenemos y que ministros, alcaldes, periodistas y otros columnistas se encargan de amplificar, el panorama no pinta nada bien.
Es cierto que, por ejemplo, en el mundo empresarial, hay o debería haber protocolos para recibir a clientes y trabajadores, al igual que los hay para desalojar el edificio ante un aviso de emergencia. Sin embargo, mientras que los primeros afectan a la imagen y a la Comunicación de la empresa, y, por lo tanto, son flexibles y se adaptan a las circunstancias, los segundos suponen un problema de seguridad y deben respetarse casi a rajatabla.
Desde luego, no voy a entrar en lo acertado o no de la opinión vertida, allá cada cual con la suya, tan respetable como la contraria, pero sí en que nos está haciendo un flaco favor a los profesionales que nos dedicamos a esto con vocación y pasión.
No dudo que el lenguaje tiene estas particularidades y dobles significados, de los que, en principio, no somos responsables. Estoy convencida de que el señor Muiños se estaba refiriendo a normativas excesivamente duras, que pueden suponer graves perjuicios para la sociedad y para las personas afectadas, no al Protocolo que ejercemos los profesionales en eventos y en muchos otros ámbitos públicos y privados.
No obstante, el ser exactos con los términos que utilizas y decir justo lo que quieres para que no exista margen de error es siempre importante pero, en el caso de alguien cuya profesión está ligada a la escritura para un público, y más en un periódico, se convierte en imprescindible.
Y si esa persona es influyente en su zona, en este caso Salamanca, como parece el señor Muiños, el igualar términos que no lo son puede contribuir a malos entendidos que nadie quiere.
Voy a evitar, de nuevo, hacer una apología de los beneficios del Protocolo porque ya lo he hecho en otras ocasiones y conoces de sobra mi opinión. Sin embargo, textos que siembran dudas como el que aparece en La Gaceta, suponen una dificultad añadida para una profesión que presta un gran servicio a la sociedad, a las instituciones y también a las empresas, facilitando las relaciones internas y entre todas las partes.
Y aquí hago una reflexión. Tal vez sería interesante plantearnos cómo denominar a cada una de las normas que forman parte de un protocolo de actuación que no se refiera al mundo de la Comunicación para que no haya más lugar a confusiones. ¿Qué te parece? ¿Tal vez normas de actuación en lugar de protocolos?
Por otra parte, iba a obviar un artículo que estuvimos comentando los protocoleros en un grupo que tenemos. Me refiero a la parte que se titula «El chándal entra en Palacio». Y lo voy a hacer pero sí que quiero dejarte el enlace del periódico y que seas tú el que valores las palabras de este conocido comentarista.
Además, Maira Álvarez, a la que mencionaba al principio de esta entrada, lo ha explicado a la perfección en su columna en ABC y estoy totalmente de acuerdo con ella en los argumentos que esgrime.
Tengo pendiente ver cómo actúa Felipe VI en la apertura de las cortes y, sobre todo, cómo le reciben los congresistas de un determinado grupo político que suelen confundir la tradición con el anquilosamiento y el Protocolo con algo dictatorial y trasnochado. Ya te contaré, aunque miedo me dan.
Como siempre, es tu turno. Gracias por comentar aquí y en las redes sociales, y por compartir la entrada si te ha gustado.
María Rubio
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