La semana pasada, en Bloggy Mary, empezamos a hablar sobre el complicado mundo de los debates, en ese caso, desde la perspectiva del periodista que debe moderarlos. También hicimos una distinción entre debates, tertulias, coloquios y conversaciones. Hoy te invito a que reflexionemos sobre la primera modalidad pero respecto a la Comunicación, a cómo prepararse para formar parte de una confrontación verbal.

Desde el famoso y muy mencionado debate del 26 de septiembre de 1960 entre Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, el poder de la imagen y el de la palabra han sido analizados, desmigados y criticados de todas las formas posibles. Esta es la razón de que la mayor parte de los estudios se refieran a la Comunicación política pero son igual de válidos para el resto de los mortales.

Un debate tiene diferentes planos, sobre todo cuando se televisa. Está el de la imagen general, el del lenguaje corporal y el del verbal, que incluye la forma y el fondo, el continente y el contenido. Cada uno por sí mismo y los tres en su conjunto, deben ser trabajados al máximo para lograr los resultados que se buscan a la hora de aceptar la participación. Y no es fácil, porque llevamos adheridos una serie de tics que es necesario pulir y, a veces, evitar, además de que cada cual tiene su propia personalidad que, en ocasiones, puede suponer una clara desventaja.

La imagen general debe ser cuidada al milímetro. En un debate televisado, hay que comprobar que el color de la ropa no se confunda con el fondo, utilizar tonos neutros con algún toque de color que muestre la personalidad, los adornos justos y necesarios, prendas con las que sentirse cómodo, dentro de la línea de Comunicación que quiera mostrar. Por ejemplo y hablando de políticos, sería chocante ver a Pablo Iglesias con traje (lo que no significa que se lo ponga en bodas, bautizos y comuniones) porque no es la imagen que quiere mostrar, igual que sería extraño ver a los líderes de los principales partidos políticos sin él en un acto como el que nos ocupa.

Es curioso que hasta la sensación de salud sea importante. La mencionada confrontación entre Nixon y Kennedy es perfecta para verlo; el primero acababa de salir del hospital, se negó a que lo maquillaran y tenía un aspecto enfermizo, el segundo, en cambio, había estado tomando algo el sol esa misma mañana, lucía ligeramente bronceado y se dejó maquillar. El resultado fue evidente: los que oyeron el debate por la radio pensaron que el ganador era Nixon, mientras que el resto tuvo claro que fue Kennedy.

Cuidar el lenguaje corporal, es también necesario, hasta el extremo de que el 80% de la información que recibimos proviene de la comunicación no verbal, solo el 20% restante depende de lo que decimos. En televisión quedan igual de mal los gestos grandilocuentes y exagerados como las figuras hieráticas, a las que casi dan ganas de pinchar con un alfiler para ver si son estatuas o personas. Tampoco los robots están muy bien vistos. La clave: tener tan ensayado este punto que salga de modo natural, sin pensar.

Y es preciso vigilar la cara y la posición del cuerpo. Los gestos que hacemos con ellos son menos controlables que los que hacemos con las manos. Pocas cosas quedan tan mal como, por ejemplo, estar mirando al reloj de forma constante; da la sensación de que está pidiendo “tiempo muerto” o de que está deseando que acabe porque se siente incómodo.

los gestos en la comunicación no verbal

Hablemos de política o no, el “combatiente” debe dirigirse a su público, que es al que tiene que convencer, no a su rival. Sin embargo, debe hacerse muy bien porque tampoco se trata de ignorar al contrincante, sería desconsiderado e iría en perjuicio de quien lo hace.

De ahí que sea tan importante, en televisión, tener claros los planos que el realizador va a sacar en cada momento y así poder controlar la dirección de la mirada y del cuerpo. Asimismo, ha de conocerse al dedillo el escenario, si va a ser de pie o sentados (una persona bajita preferirá lo segundo, por ejemplo).

A este respecto, resume perfectamente Óscar Orzáiz, en un interesante documento que te pongo a continuación, “se alcanzan acuerdos en cuanto a la duración de las intervenciones y el sorteo de turnos; se pacta quién será el moderador, se revisa la altura de las sillas, la longitud de la mesa, la iluminación y temperatura de la sala, ocupa varios días decidir el formato de debate más acorde a todos los intereses; son innumerables los puntos que conviene matizar antes de comenzar, la puesta en escena ha de ser perfecta, nada queda al azar, todo se contempla y se pacta hasta el mínimo detalle”.

Por último, respecto al lenguaje verbal, si tan importante es el discurso, igual lo es la forma en que se realiza. Nada de tonos monocordes, aburridos, sin gracia, pero tampoco estar siempre en el mismo, sea alegre, triste o enfadado. Cuando hablamos con los demás, cambiamos de registro según el contenido del mensaje. De igual forma ha de hacerse en un debate. Uno de mis profesores, en concreto el de locución, me decía que, al leer, cantaba. Me costó un mundo quitarme una manía que afectaba a mis intervenciones en la radio. Ni lo uno, ni lo otro.

Un “debatista” (perdón por inventarme la palabra) debe aprender primero y dominar después, todos los recursos que ofrece la dicción: tono, silencios, énfasis, entonación, etc. Digamos que se trata de retomar a nuestros clásicos de Grecia y Roma, y volver al arte de la Retórica, algo totalmente olvidado desde hace tiempo.

Los debates suelen tener un comienzo, donde los participantes exponen las principales ideas que quieren desarrollar, luego el debate en sí y por último las conclusiones. Las personas que intervienen deben tener muy bien preparada la primera parte, que es la más sencilla porque solo han de dedicarse a exponer lo que tienen ensayado, atención: sin leerlo, y dejando claras las líneas principales.

Para el debate en sí, los asesores tienen que hacer una especie de tormenta de ideas con todas las cuestiones que se les ocurre, jocosas, serias o intrascendentes, da igual, que puede plantear el oponente, en el caso de que las normas permitan a este preguntar… o bien al público y a los periodistas, incluyendo al moderador.

En los rifirrafes políticos donde están involucrados los dirigentes de los partidos, todo está pactado. Los periodistas han de entregar las preguntas, el público ha de hacer lo propio y el moderador lo mismo. Eso no quita que si las normas lo permiten (algo que se negocia a priori), puedan modificarlas sobre la marcha, algo ideal pero que pocas veces se da. Así pues, los asesores tienen fácil preparar las respuestas.

preguntas y respuestas

Además, estos deben resumir los principales mensajes a dar, un máximo de tres o cuatro, para intercalarlos cuando dé lugar, de forma natural dentro del discurso. Se trata de las ideas que quieran que el público se quede con ellas y que también servirán para la conclusión.

Esta última debe estar tan cuidada o más que el discurso inicial porque es el resumen con el que se va a quedar el público. Cuando las preguntas están pactadas y no existe posibilidad de desvío, es relativamente fácil saber por dónde va a atacar el contrincante, preparar las réplicas, cuanto más ingeniosas mejor, y definir la traca final. Si no es así, la persona debe tener la suficiente capacidad para, recogiendo lo que han dicho tanto él como su rival, resumirlo, concretarlo y llevar al público a la postura que defiende.

Es interesante el texto que te pongo a continuación de Ron Faucheaux para que puedas completar lo dicho, aunque debes tener en cuenta que se refiere más al debate americano que al que realizamos aquí.

Como ves, se trata de un mundo apasionante del que aún me queda por contar la parte del Protocolo. Pero eso ya será la próxima semana.

Pregunta: ¿te fijas, en un debate, en todos estos detalles de forma, fondo, lenguaje físico y verbal? ¿Has participado en alguno? ¿Cómo te lo preparaste?

Gracias por responder, comentar y compartir.